10 de marzo de 2008

EL GRAN MOUNIER



Después de incorporar en la galería de personajes ilustres al tío Xavi, al gran pensador, al gran teórico fecundo, vamos a incorporar a otro grande del pensamiento ENMANUEL MOUNIER (1905-1950). A otro grande y también aparentemente extemporáneo, sin embargo su vida intelectual se desarrolla - a diferencia de Xavi - desde el ámbito de la acción social y el compromiso. En tiempos de desesperanzas y "miradas cortas"; en los que parece que tenemos que conformarnos con que pierda el PP las últimas elecciones; en este tiempo pusilánime no nos viene mal dejarnos llevar por corazones que apuntan a lo alto y piensan y sienten que otro mundo sigue siendo posible. Dejo aquí algunos fragmentos escogidos de sus textos. He aquí un retrato precioso del burgués en el que tal vez nos veamos reflejados muchos de nosotros:
"El Copérnico de la moral no es Kant, sino el burgués. Todas las virtudes que giraron en órbita alrededor de la caridad, van, para él, a dar vueltas alrededor de la virtud del orden. Su medida no es ya el amor que hace girar los mundos, es un código de tranquilidad social y psicológica. La vida del burgués está ordenda a la felicidad. La felicidad, es decir, la instalación, el gozo al alcance de la mano como el timbre de la criada, felicidad estática, no salvaje, y asegurada. Aurea mediocritas, una mediocridad toda de oro ordenada a la propiedad; es decir, al sentimiento de la solidez del confort. La preocupacfión del cristiano consiste en ser, pero él, el burgués, no tiene otro fin que el tener. Escuchadle decir: mi mujer, mi auto, mis tierras, ya se sabe que lo que cuenta no es la mujer, el coche, las tierras, sino el posesivo descarnado. Por esto ama el dinero: es necesario ser avaro para no quedar presa del destino... El burgués se rodea de cosas bellas, como su mujer, es decir, de cosas agradables; se forja unas buenas costumbres y una buena conciencia; es un vividor. Pero la soledad no está presente un su vida: es un hombre muy acompañado.
Mi auto, dice el burgués. Se equivoca: es el auto el que le posee a él. Es el auto el que se le impone: cuando el cielo está claro, le da la orden de marcha, y la carretera vibra bajo su paso; apenas se ha montado en él, el coche le acoge entre sus cojines, atrae sus brazos hacia los mandos y toma la iniciativa. A la vuelta, todos sus otros propietarios le esperan: su sillón, su puro, su periódico, su radio, su café su teléfono y, dentro de sí mismo, es otro él mismo que a veces desprecia, y que le aburre siempre. Su ideal de posesión es el reposo pasivo, la languidez mortecina de los hábitos. Rebaño sin dueño de amores anémicos, prostitución del espíritu en todas las ecrucijadas del tópico y del ídolo colectivo, prostitución del corazón a la dulce mentira de las visiones tranquilizadoras, prostitución del cuerpo a las comunidades que crean una atmósfera y una preparación a las comodidades del corazón y del espíritu.
El hombre que ha perdido el sentido del ser, que no se mueve más que entre las cosas, unas cosas utilizables, desprovistas de su misterio. El hombre que ha perdido el amor: cristiano sin inquietud, incrédulo sin pasión, hacer gravitar el universo de las virtudes, alrededor de un pequeño sistema de tranquilidad sicológica y social: felicidad, salud, sentido común, equilibrio, placer de vivir, confort. El confort es para el mundo burgués lo que el heroísmo era para el Renaciento y la santidad para la cristiandad medieval: el valor último, móvil de la acción.
La reivindicación es es su actividad fundamental. Hace del derecho, que es una organización de la justicia, la fortaleza de sus injusticias. De ahí su radical juridicismo. Cuanto menos ama las cosas que acapara, tanto más susceptible es en la conciencia de su presunto derecho, que es para un hombre de orden la más alta conciencia de sí. No existiendo más que en el haber, el burgués se define ante todo como propietario. Está poseído por sus bienes. La propiedad se ha sustituido por la posesión.

¿EL TIEMPO...?

SI NADIE ME LO PREGUNTA, LO SÉ; PERO SI QUIERO EXPLICÁRSELO AL QUE ME LO PREGUNTA, NO LO SÉ. Confesiones XI,14,17