7 de julio de 2009

DISCULPE SR. MINDANGO....

Yo pensaba despedirme ya del blog durante estas vacaciones. Sin embargo me ha tocado desayunar café con unas buenas dosis de indignación, mientras leía este más que sesudo y profundo artículo de Savater en el País. Lean... lean...:
Cuando la falta de espacio impone jubilar viejos libros de la biblioteca (sea para mandarlos al sótano del que ya no saldrán o a alguna entidad benéfica a la que quizá no lleguen), siempre siento una punzada de escrúpulo: "Tratado de jardinería en Babilonia... ¿y si pasado mañana me da por volver sobre ese asunto?". Los únicos de los que prescindo sin la mínima reticencia son los volúmenes del inacabable marxismo y su materialismo dialéctico. Dejando aparte unas cuantas cosas del propio Marx, el resto de esos "clásicos" primarios y secundarios, los Lenin, Mao, Garaudy, Althusser, Marta Harnecker, incluso mucho de Lukács y demás compañía, resultan hoy inimaginables como posible relectura: aún peor, parece incomprensible que los leyésemos algún día del remoto pasado. Son incompatibles con las mínimas pautas de ecología intelectual.
Están escritos en una lengua artificial, pretenciosa y mortecina en la que es imposible decir nada digno de interés o cercano a cualquier forma de verdad. Incluso parecería, si no fuese por su intrínseco aburrimiento, que son una especie de parodia intelectual con toques inesperadamente humorísticos. ¡Y las abstrusas polémicas internas en que se enredan con inexplicable saña! A su lado, cualquier disputa entre teólogos bizantinos parece de rabiosa actualidad...
En uno de sus mejores libros recientes, Cólera y tiempo (Zorn und Zeit, Suhrkamp, traducción española programada para el próximo febrero), Peter Sloterdijk sostiene que los partidos comunistas y sus teóricos han acumulado y manejado un capital simbólico de cólera destructiva en el que se mezclaban los elementos de insurrección secular aintiestatal con otros de milenarismo religioso, lo que les hizo especialmente invulnerables a los argumentos y trágicas evidencias históricas de signo contrario. Sea como fuere, hoy resultan ya indigeribles como utopía razonada. Parece cierto el aforismo de Gómez Dávila: "Comprendo el comunismo que es protesta, pero no el que es esperanza". Los que siguen perpetuando la vieja cantinela, como Toni Negri o Alain Badiou (que recomienda volver al auténtico "maoísmo originario" como si tal cosa) resultan ya exhibicionistas de lo arcaico, como esos originales sofisticados que se enorgullecen de no tener móvil o no saber manejar el ordenador.
Uno de los pensadores españoles más invariablemente sugestivos, Antonio Escohotado, está publicando una obra monumental titulada Los enemigos del comercio (Espasa), una detalladísima historia del nacimiento de la propiedad privada y sus adversarios, de la que ha aparecido por el momento el primer volumen que llega hasta Marx sin entrar aún en él. Es un trabajo de enorme erudición y combativas propuestas que no puede dejar indiferentes ni a quienes mantengan planteamientos más opuestos. He leído el primer volumen con apasionado interés y aún espero con mayor afán el segundo, pero también con cierta melancolía por el resultado de la empresa. Siento al leerle la misma sensación que ante los esfuerzos de los ateos anglosajones que refutan minuciosamente las pruebas tomistas de la existencia de Dios y denuncian las fechorías eclesiásticas a lo largo de los siglos. Porque probablemente es un esfuerzo vano tratar de refutar intelectualmente creencias que no fueron adoptadas por razones inteligibles sino que responden a sentimientos que rechazan los límites morales y sociales de nuestra condición y no se resignan a la humilde tarea de intentar solamente interpretarla y aliviarla con prudencia...

Estimado Sr. Savater, con toda delicadeza:
Aprovechar su acceso cotidiano a un periódico de amplia difusión nacional, para detallarnos el contenido de sus tareas domésticas, me parece, además de un imponente acto de narcisimo (cualquier día nos narrará su magnífico método para cortarse las uñas después del baño), un intolerable despilfarro de tiempo y espacio mediático, para decir algo que realmente importe a alguien.
Por otra parte, no es propio de alguien habituado (en aquellos viejos tiempos) a la crítica filosófica, que se despache a los autores más arriba citados, con los más que insustanciosos argumentos de la extemporaneidad, el aburrimiento o la complicación.

Pero lo que no tiene desperdicio alguno es el contenido del último párrafo. Después de recomendarnos un interesante libro de Antonio Escohotado “Los enemigos del comercio”, usted se llena de nostalgia (¡pobre Antonio!) porque busca argumentos (¡ay!) para refutar a esos malandrines e ignorantes enemigos de la propiedad privada y de las libertades individuales, que tuvieron esas creencias sin reflexión crítica alguna, sino más bien determinados por una especie de sentimiento e indignación moral. (¡Déjalos Antonio, para qué hablar con ellos, ¿no ves que no se dan cuenta de lo limitaditos que somos?)
Al parecer Sr. Savater, usted tiene la suerte (¿?) de no estar enclavado en ninguna creencia. Todo parece indicar que su cada vez más furibundo liberalismo, nace de un precipitado exacto de ensamblajes conceptuales. Mi más sincera enhorabuena. Yo, por mi parte, en esto me dejo ilustrar por nuestro Ortega. Todos (hasta usted) estamos situados en una red inevitable de creencias. La tarea filosófica consiste en hacernos conscientes de ellas y ser capaz de realizar un ejercicio crítico sobre las mismas por medio del modesto, pero necesario “esfuerzo del concepto”. Esfuerzo que sin duda -a tenor de su más reciente bibliografía – no está dispuesto a seguir realizando.
Por último, siguiendo sus pías recomendaciones, comunicaremos a todos los empobrecidos – por ejemplo del continente africano – que no hay solución sistemática a su fatídica y predeterminada situación de miseria. Les diremos que somos muy limitaditos y que no podemos hacer nada. Que lo único que podemos hacer es mandarles millones de condones para que puedan morir más “aliviados con prudencia”.
¡Achavo mindango.....!
Concluyo: Serrat en una absolutamente genial canción titulada “Disculpe el señor” , imaginaba la casa de un señorito bien situado que iba llenándose progresivamente de pobres que demandaban justicia. Cuando estos habían llenado por completo la casa, la indignación moral le hace exclamar al señorito:" ¿Que estos no se han enterado que Carlos Marx está muerto y enterrado?".

¿EL TIEMPO...?

SI NADIE ME LO PREGUNTA, LO SÉ; PERO SI QUIERO EXPLICÁRSELO AL QUE ME LO PREGUNTA, NO LO SÉ. Confesiones XI,14,17