10 de diciembre de 2009

LA PAZ A PESAR DEL NOBEL.

Creo que no puede sorprender a nadie que le hayan concedido a al presidente de los EEUU el premio Nobel de la Paz. Nos bastaría hacer una sencilla excursión por los nombres que ostentan tal título, para abandonar toda esperanza de que el susodicho premio pueda llegar a ser alguna vez significativo o si se prefiere mínimamente valioso. Lo que ocurre es que este mercado de la ambiguedad, este indecente revoltijo de nombres, acaba haciendo recostar en impúdico concubinato dos concepciones casi antagónicas de lo que es la paz, o mejor, de cómo alcanzar la paz.
Hoy en su discurso, Obama ha vuelto a lanzar la vieja soflama imperial: si vis pacem, para bellum
( si quieres la paz, prepárate para la guerra), asentada toda ella en varios pilares ideológicos. Nos detenemos en dos: uno) la existencia de un enemigo gratuito. Un enemigo que no se sabe bien por qué, nos detesta incluso nos ataca; dos) una concepción del ataque como defensa. Ante ese inexplicable enemigo nosotros nos defendemos arrasando Afganistán, Irak o lo que se presente. Una guerra sólo puede ser retroaliementada desde una construcción maniquea del "otro", como enemigo inexplicable y totalmente carente de rasgos humanos, obviamente nunca interlocutor válido en una probable negociación para la salida del conflicto (porque claro conflicto nunca lo hubo). En fin... bla,bla,bla. ¡La cantinela de siempre!
Puedo llegar a entender que Obama no pueda, por su circunstancia tener un gesto de paz con la deseada radicalidad. Efectivamente, todos vivimos en un mundo estructuralmente injusto y por injusto estructuralmente violento y por violento estructuralmente ciego para vivir la paz, no solo como meta, sino también como valor cotidianamente ejecutable, como "camino" que diría Gandhi. Todos podemos llegar a comprender que la paz es un camino de largo recorrido, repleto de pequeñas acciones y cómplices sinergias. Pero ya que nos faltan gestos comprometidos, proféticos y auténticos por parte de los políticos, no permitamos -que este indigno amasijo, también llamado, premios Nobel- haga que se desvirtúen los nombres de aquellos que, en muchas ocasiones, han dado su vida por la paz y nos hacen mantener (a muchos ¡oh ingenuos irredentos), una razón para la esperanza.

¿EL TIEMPO...?

SI NADIE ME LO PREGUNTA, LO SÉ; PERO SI QUIERO EXPLICÁRSELO AL QUE ME LO PREGUNTA, NO LO SÉ. Confesiones XI,14,17