2 de enero de 2010

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL TIEMPO...


Para comenzar el año 2010, e inaugurar el tercer año de vida de este blog, conocido como el Cronólatra, haré una confesión.
¿Por qué soy un cronólatra? Sencillamente porque el hombre (genérico) no es más ni es menos que memoria y profecía. Y exactamente igual que no hay tiempo - digno de ser señalado- sin hombre, tampoco podemos hablar del hombre prescindiendo del tiempo. Ambos cohabitan y se nutren mutuamente y a la preñez de esta mutualidad la conocemos muy bien, cada uno tiene una: la llamamos VIDA. Soy pues un cronólatra, porque hablar de tiempo es hablar del hombre, es decir, de nombres y de verbos como gozar, disfrutar, llorar, amar, reír, atormentarse, luchar, crecer y tantos otros. Soy cronólatra porque el tiempo y la realidad, ¡están tan cuajados de caminos, de sendas, de laberintos, de colores, de rostros… de oportunidades!. También me confieso cronólatra porque aborrezco la flaccidez y esterilidad de la imagen cíclica del tiempo cerrado sobre sí mismo. El clásico “Nihil novum sub sole”, redivivo en los actuales tiempos de agnosia y apatía. Pero ¡ay! cuando el tiempo y el hombre se giran y se cierran sobre sí mismos pierden toda significatividad, todo esplendor. Creo razonable pensar en el hombre y el tiempo como abiertos y por ello me instalo razonablemente en la más osada de las heterodoxias culturales de hoy: la finalidad, la profecía, el futuro posible y el sentido. Repito, no como posesión, sino más bien como instalación, como horizonte, como búsqueda.
En definitiva, soy cronólatra porque me cautiva al hombre,
y por ello he de adorar también a su condición de posibilidad. Soy cronólatra porque amo al hombre y de esta filantropía y de las entrañas me nace el deseo de amar a Dios.
FELIZ AÑO NUEVO.

¿EL TIEMPO...?

SI NADIE ME LO PREGUNTA, LO SÉ; PERO SI QUIERO EXPLICÁRSELO AL QUE ME LO PREGUNTA, NO LO SÉ. Confesiones XI,14,17