

“Aunque estuviéramos seguros del fracaso, nos pondríamos en marcha de todas formas, porque el silencio se ha convertido en intolerable”. (E.Mounier).
Con nocturnidad, alevosía y sin piedad. Así asesinaron los militares del Ejército de El Salvador al filo de la madrugada del 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) a seis jesuitas y dos mujeres salvadoreñas. Entraron en la residencia disparando y el primer tiró fue a dar al corazón de monseñor Romero en una fotografía suya que
colgaba de la pared. Diez años después de su asesinato, sabían que seguía vivo en la memoria del pueblo salvadoreño y querían matarlo de nuevo. Luego sacaron a los jesuitas al patio, les obligaron a tumbarse boca abajo y les dispararon a la cabeza.
Quiero recordar sus nombres para que queden fijados en la memoria colectiva como ejemplo vivo de compromiso ético y de fidelidad evangélica: Joaquín López, 70 años, salvadoreño, fundador de la UCA a mediados de los sesenta y director de de la obra latinoamericana de promoción social “Fe y Alegría”; Segundo Montes, burgalés, 56 años, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA; Juan Ramón Moreno, español, de la misma edad, subdirector del Centro Monseñor Romero; Amando López, español, 53 años, profesor de teología; Ignacio Martín Baró, 47 años, vallisoletano, vicerrector de grado de la UCA; Ignacio Ellacuría, 59 años, vasco, rector de la UCA, filósofo y teólogo. Eran lo más granado de la inteligencia salvadoreña y el referente del catolicismo liberador.Con estas palabras, del teólogo J.J Tamayo quiero hacer mi pobre contribución al indispensable homenaje a Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo de la liberación. A aquel que puso todo su saber cordial a disposición de los más pobres y necesitados. A aquel que siguiendo la estela de otros tantos han dado su vida no por creer que otro mundo es posible... sino por haber empezado hacer realidad su esperanza.
"A quien habita en el amor, a quien contempla en el amor, a ése los seres humanos se le aparecen fuera de su enmarañamiento en el engranaje; buenos y malos, sabios y necios, bellos y feos, uno tras otro, se le aparecen realmente y como un TÚ, es decir, con existencia individualizada, autónoma, única y erguida; de vez en cuando surge maravillosamente una realidad exclusiva, y entonces la persona puede actuar, sanar, educar, elevar, liberar.
No sé -es más, sabemos que nadie lo sabe- lo que todavía durará esta crisis económica, que, en mayor o en menor medida, al parecer muchas personas estamos sufriendo. Digo "parece", porque esta crisis aun siendo dura y cruel, está careciendo por completo de un importante eco social y no está teniendo apenas incidencia en una cada vez más devaluada opinión pública.
Probablemente los directamente afectados, no tienen a su alcance los medios adecuados para hacerse oír (ya sabemos que hace ya mucho tiempo renunciamos a la construcción de un mínimo tejido social y corporativo por el plato de lentejas del consumo y las vacaciones hipotecadas como "guay of live"). Por otra parte los habitantes de ese lucrativo tanatorio al que llamamos política institucional no están dispuestos a realizar un mínimo análisis de la crisis y muchísimo menos a mover un solo dedo para cambiar las, al parecer, hipotéticas causas que nos han llevado hasta aquí. (¡Nada de nada!, pero eso sí ¡Viva el Tratado de Lisboa!).
Sin embargo... ¿quién lo iba a decir? Es desde esa más que trasnochada y anquilosada, decrépita y arrumbada cosa a la que se llama Iglesia Católica, desde la que he tenido que recibir un poco de luz y esperanza, aliento y estímulo para pensar, llevar a cabo y dejar venir una urgente transición paradigmática posible: " La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo". Caritas in veritate, 21.
A lo largo de la Encíclica se van desgranando distintas propuestas, que progresivamente podremos ir incluyendo en este Blog, ya que son ciertamente sugerentes e interesantes de valorar. Realmente puedo decir, que merece la pena vivir (aunque a bofetada limpia) en y de esta Iglesia en la que permanece todavía el "buen olor" del evangelio de un tal Jesús.